Sacramento de la Reconciliación

¿Qué es el pecado?

Pecado es no hacer el bien, es NO AMAR. Cuando queremos a una persona, no le robamos, no le mentimos, no hablamos ni pensamos mal de ella. Por el contrario, haremos todo lo posible para ayudarla.
Lo peor no es un tanto cada acto malo tomado aisladamente, sino la actitud interior. Una mentirita puede no tener importancia, pero sí la tiene la falta habitual de sinceridad.
Por el pecado perdemos nuestros lazos con Dios y con nuestros hermanos y de esa manera nos perjudicamos a nosotros mismos. Perdemos la confianza de los demás.
No es fácil amar, por eso debemos constantemente ser perdonados. Toda la vida del cristiano debe ser un constante retorno a Dios y a los hermanos.

El perdón

Ya sabemos que el gran sacramento del perdón -es decir del regalo más grande que Dios pueda darnos: su Gracia, su Vida divina- lo recibimos en el Bautismo. este nos hace pegar un estirón fabuloso porque, de simples seres humanos, nos asciende a 'hijos de Dios', hermanos de Jesús. Más aún: nos sella para siempre con una 'marca'. No una marca como la que nos hacemos con el bolígrafo, que se puede limpiar o tapar con "liquid". Sino una marca permanente e indeleble que nos imprime "carácter".

La misma palabra 'carácter' indica un sello personal de la índole de cada uno. Cuando uno tiene personalidad y no se llevar por lo que hacen los demás y no tiene miedo de ser distinto para seguir a Jesús y no permite que lo dominen sus instintos, sus malos deseos, sus malos compañeros, dice que es un hombre o una mujer de carácter.
Lo contrario de aquel que siempre quiere actuar a la moda, hace lo que todo el mundo hace sin pensar, serviste de la misma manera que los otros, se pone el mismo tipo de arito en la oreja, habla de las mismas pavadas, nunca toma decisiones. no tiene coraje para seguir a Cristo.... Su 'características es no tener 'carácter'.

Claro que el Bautismo 'marca', imprime el 'carácter' de manera diferente a la del hierro: no en nuestra piel, sino en nuestra conciencia, en nuestro cerebro, en nuestro corazón. Nunca podremos olvidar que hemos recibido esta marca maravillosa. Dios tampoco, jamás lo olvidará: aunque nosotros lo abandonemos y nos olvidemos para siempre de El.
Porque, lamentablemente, podemos conservar esa marca y haber perdido 'la Gracia santificante' que con ella se nos dio. Podemos de tal modo pecar, olvidarnos de Dios, actuar como sabemos que un cristiano no debe hacerlo, que la vida sobrenatural, la Gracia, se extinga en nosotros, muramos a la Vida de Dios y nos quedemos otra vez sólo con lo puramente humano. El 'carácter' -la marca- permanece, pero estamos muertos como cristianos, como hermanos de Jesús.
El permanecer sin la Gracia, en 'estado de pecado', es la mayor desdicha más grande que pueda sucederle a nadie. Mucho peor que perder toda la plata, enfermarse, ser aplazado en algún examen, no conseguir novia o novio, ¡peor que morirse! Y más feo todavía si llevamos la 'marca', el 'carácter', de cristiano. ¡Estando destinados a aprovechar y gozar de la Vida divina carecer de ella! Y con ello comprometer nuestro destino definitivo.
A los primeros cristianos, pecar después del Bautismo les parecía una cosa tan espantosa, una falta de respeto tan enorme hacia Dios, hacia Jesús que había dado su sangre por nosotros, hacia María, hacia los demás cristianos, que casi no concebían que semejante cosa pudiera ser perdonada. Es verdad que el amor que Dios nos tiene es infinito y lo que quiere no es castigarnos sino que volvamos a Él, que gocemos de sus bienes y de su amor, aquí y en la eternidad. Pero, precisamente por eso, los primeros cristianos opinaban que el cristiano que había renacido por medio del Bautismo tomando conciencia de ese amor de Dios y, luego, lo mismo, pecaba -volvía a morir-, no tenía remedio. -Traicionar a alguien que nos ama infinitamente! Miren qué alto concepto tenían del Bautismo que exclamaban: "-cómo es posible que un cristiano pueda portarse mal!" "¡Eso no tiene perdón!"

Hay muchos caminos para recibir el perdón:

 Cuando rezamos el Padrenuestro
 La oración de reconciliación al comienzo de la Misa
 La lectura y meditación de la palabra de Dios
 La participación en la Santa Misa

el signo de perdón por excelencia es el sacramento de la Penitencia
ó Confesión, que también llamamos de Reconciliación


Confesión

Esta palabra viene del latín 'con-fiteor', que deriva de 'fáteor' que significa 'declarar', 'decir', 'aseverar'; ir: "Yo declaro solemnemente ante Dios y ustedes que no me considero un santo, que estoy lleno de defectos, que tengo necesidad del amor y el perdón de Dios".
De la misma raíz, viene el término profiteri, del cual deriva 'pro-fesar' que significa "declarar delante de otros". De allí que el profesor no es simplemente el que enseña algo, sino quien, con autoridad y con su ejemplo, delante de sus alumnos profesa' sus convencimientos, su saber. Por eso también se llama al Credo 'profesión de fe'.
Este sacramento es administrado, en la Iglesia, por algunos hombres a quienes ha dado en depósito la Gracia de su perdón: los sacerdotes. Ellos son los encargados de rellenar nuestros tanques, de devolvernos la Gracia, de hacernos otra vez participar de la vida de la Iglesia, de la vida de Dios.
Para eso les ha dado el Espíritu. No porque ellos sean mejores que nosotros, sino simplemente como ministros, servidores, empleados, que nos ponen, al alcance de la mano, el perdón de Dios. Y, por supuesto, no lo hacen en nombre propio, sino en nombre de Jesús. Por eso, cuando uno, arrepentido y dispuesto a reparar las faltas cometidas, se confiesa delante de un sacerdote, éste no nos dice "Yo Mario te perdono", sino, en nombre de Dios: "Yo te absuelvo de tus pecados, en nombre de¡ Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". Quien sea el sacerdote, si es bueno o malo, si es inteligente o tonto, si te trata bien o mal, a vos no te tiene que importar. Lo que importa es la 'Gracia'que administra -la 'nafta'-. Lo que interesa no es la simpatía que le tengas a él, sino la que has de tener a Jesús.

Absolver

Absolver quiere decir 'soltar'. El que ha sido 'ab-suelto', se ha soltado, está liberado de las ataduras del pecado. El nos 'ata', nos 'liga' a nuestros egoísmos, nuestros vicios, nuestras malas tendencias, nuestros malos programas, nuestras malas compañías, nuestra pura humanidad destinada a la muerte. Por eso decimos que el pecado es una especie de 'esclavitud', de estar prisioneros. La Iglesia ha recibido, gracias a Dios, el poder de 'atar y desatar' (Mt 18, 18), es decir de 'soltar', de absolver. También se lo denomina el poder de las 'llaves': con ellas la Iglesia puede abrir, simbólicamente, la puerta del Cielo (cf. Mt 16, 19)
Cuando el sacerdote nos da la absolución, quedamos liberados, sueltos, otra vez libres para comportarnos como corresponde a nuestra dignidad de hijos de Dios, de hombres verdaderamente libres.
"¡Perdónanos nuestras deudas!", dice el texto original del 'Padrenuestro' en los evangelios, en lugar de "¡Perdona nuestras ofensas!". Leé la parábola de los dos deudores. ¿Quién quedó libre y quién preso?
Así que, tenélo claro, el perdón de Dios, su absolución, te da, con la Gracia, ¡la libertad! La verdadera libertad, que no es hacer 'lo que hace todo el mundo', o 'lo que nos enseña la televisión', o 'lo que hacen nuestros malos compañeros', o aquello a lo cual nos obligan nuestros malos deseos o ganas', o 'lo que me -antoja', sino lo correcto, lo que nos hace bien, lo que nos hace crecer y ser verdaderamente personas, amigos de Jesús y, por eso, verdaderamente libres.
Es verdad que a nadie le gusta demasiado tener que ir a confesarse -sobre todo cuando ha cometido una falta grave- pero ¡qué alegría, siempre, cuando sale del confesionario otra vez en amistad con Jesús, reconciliado, la Gracia recuperada!
¡Cuánto hemos de estar agradecidos a Jesús que haya dejado a su Iglesia el sacramento de su perdón!


Penitencia, arrepentimiento

En los primeros tiempos del cristianismo 'penitencia' era simplemente el dolor, el disgusto que uno tenía cuando hacía algo que sabía no estaba bien. No era necesario que nadie nos pusiera en penitencia, uno ya se sentía 'en penitencia, apenado, molesto, dolido, porque sabía que había procedido mal.
Arrepentirse es tener 're-dolor' por los pecados, estar en penitencia, pero no la que me pone mamá o en el colegio, sino la que me impone mi conciencia, porque sé que me he portado mal delante de Dios, que tanto me ama.
Pero la verdad es que sí, también eso tiene perdón. La misericordia de Dios no tiene límites y, aún cuando seamos tan desagradecidos y soberbios o débiles como para pecar después de bautizados, Él siempre estará esperándonos, como Padre bueno que es, para devolvernos su amistad, la vida de la Gracia.
Por supuesto que un 'muerto', alguien que ha 'muerto' a la Gracia, no puede recuperarla por si sólo. -Cómo un muerto se va a devolver la vida? La 'Gracia' no podemos extraerla de nosotros mismos, por más que queramos. ¡Si no, no sería 'gracia', 'gratis': podríamos comprarla y nos sería 'debida', 'natural', no gratuita! "Yo me las arreglo solo con Dios" -dicen algunos- -como si fueran iguales a Dios! -como si Su amistad fuera algo que nos debiera! -No tienen idea de Quién es Dios; confunden sus propios pensamientos con los de El.
Pero la amistad de Dios nadie la puede exigir. Puedo exigir el amor y el perdón de mis padres, de mis hijos de mis hermanos, de mis conocidos. Pero de ninguna manera el de Dios. La amistad con Dios está fuera de nuestras posibilidades naturales. Es como si dijéramos: quiero tener alas' o 'quiero tener una mirada como la de Superman que atraviese las paredes' o 'quiero una pastilla que me haga aprender inglés sin estudiar' o 'quiero que el tanque de nafta se llene sin necesidad de una estación de servicio'. Está fuera de nuestras capacidades. ¡Aunque en realidad estas cosas serían mucho más posibles que recuperar, por nuestros propios medios, la Gracia! La Gracia santificante sólo la puede dar Dios, no nuestros actos, ni siquiera nuestro arrepentimiento. Nuestro arrepentimiento no puede 'obligar' a Dios a que nos vuelva a regalar la Gracia. Y, para que eso quede claro, Dios ha dejado su Gracia depositada en las estaciones de servicio de sus sacramentos, en el sacramento de la Penitencia.

¿Cuándo tengo que confesarme?

Cuando hemos roto con Dios o con nuestros hermanos por una falta grave, lo mejor es confesarme canto antes, como cuando uno tiene una enfermedad grave, llama al médico en forma urgente. Mientras tanto, no debemos recibir la Comunión.
El que es consciente sólo de faltas leves, no tiene obligación de confesarse, aunque siempre es conveniente hacerlo.

EL AMOR CUBRE TODOS LOS PECADOS
(ver Lc 7,36-50)